Comentario
CAPÍTULO XIX
Donde se cuentan algunas grandezas de ánimo de la señora de Cofachiqui
En el pueblo y provincia de Xuala (la cual, aunque era provincia de por sí apartada de la de Cofachiqui, era de la misma señora) descansó el gobernador con su ejército quince días, porque en el pueblo y su término hallaron mucha zara y todas las demás semillas y legumbres que hemos dicho había en la Florida. Tuvieron necesidad de parar todo este largo tiempo por regalar y reformar los caballos, los cuales, por la poca comida de maíz que en la provincia de Cofachiqui habían tenido, estaban flacos y debilitados, y aun de esta causa se entendió que hubiesen desmayado los tres caballos de que atrás hicimos mención, aunque entonces, por facilitar el mal para aplacar los amotinados, se dijo que había sido torozón.
Este pueblo estaba asentado a la falda de una sierra ribera de un río que, aunque no muy grande, corría con mucha furia. Hasta aquel río llegaba el término de Cofachiqui. En el pueblo Xuala sirvieron y regalaron mucho al gobernador y a todo su ejército, que como era del señorío de la señora de Cofachiqui y ella lo había enviado a mandar, hacían los indios todas las demostraciones que podían, así por obedecer a su señora como por agradar a los españoles.
Pasados los quince días, ya que los caballos estaban reformados, salieron de Xuala, y el primer día caminaron por las tierras de labor y sementeras que tenía, que eran muchas y buenas. Otros cinco días caminaron por una sierra no habitada de gente, empero tierra muy apacible. Tenía mucha cantidad de robles y algunos morales y mucho pasto para ganado. Había quebradas y arroyos, aunque de poca agua muy corrientes. Tenía valles muy frescos y deleitosos. Tenía esta sierra, por donde la pasaron, veinte leguas de travesía.
Volviendo a la señora de Cofachiqui, que aún no hemos salido de su señorío, porque es justo que sus generosidades queden escritas, decimos que, no contenta con haber servido y regalado en su casa y corte al general y a sus capitanes y soldados, ni satisfecha con haberles proveído el bastimento que para el camino hubieron menester, con estar su tierra tan necesitada como lo estaba, ni con darles indios de carga que les sirviesen por todas las cincuenta leguas que hay hasta la provincia de Xuala, mandó a sus vasallos que de Xuala, donde había mucha comida, llevasen sin tasa alguna toda la que los españoles pidiesen para las veinte leguas de despoblado que habían de pasar antes de Guaxule, y que les diesen indios de servicio y todo buen recaudo como a su propia persona. Juntamente con esto proveyó que con el general fuesen cuatro indios principales que llevasen cuidado de gobernar y dar orden a los de servicio para que los españoles fuesen más regalados en su camino, toda la cual prevención hizo para sus provincias.
Pues ahora es de saber que tampoco se descuidó de las ajenas con deseo que en todas hubiese el mismo recaudo, para lo cual mandó a los cuatro indios principales que, habiendo entrado en la provincia de Guaxule, que por aquella vía confinaba con la suya, se adelantasen y, como embajadores suyos, encargasen al curaca de Guaxule sirviese al gobernador y a todo su ejército como ella lo había hecho, donde no, lo amenazasen con guerra a fuego y a sangre. De la cual embajada el general estaba ignorante hasta que los cuatro indios principales, habiendo pasado el despoblado, le pidieron licencia para adelantarse a la hacer. Lo cual, sabido por el gobernador y sus capitanes, les causó admiración y nuevo agradecimiento de ver que aquella señora india no se hubiese contentado con el servicio y regalo que con tanto amor y voluntad en su casa y tierra les había hecho, sino que también hubiese prevenido las ajenas. De donde vinieron a entender más al descubierto el ánimo y deseo que siempre esta señora tuvo de servir al gobernador y a sus castellanos, porque es así que, aunque hacía todo lo que podía por agradarles, y ellos lo veían, siempre decía al general le perdonase no poder lo que deseaba poder en su servicio, de que en efecto se congojaba y entristecía de tal manera que era menester que los mismos españoles la consolasen. Con estas grandezas de ánimo generoso, y otras que con sus vasallos usaba, según ellos las pregonaban, se mostraba mujer verdaderamente digna de los estados que tenía y de otros mayores, e indigna de que quedase en su infidelidad. Los castellanos no le convidaron con el bautismo porque, como ya se ha dicho, llevaban determinado de predicar la fe después de haber poblado y hecho asiento en aquella tierra que, andando como andaban de camino de unas provincias a otras sin parar, mal se podía predicar.